Hace una semana estoy viviendo en un barrio de un puerto Mediterráneo -con más de 3000 años de ocupación humana- que ha sufrido todas las guerras y vejaciones posibles y que se caracteriza por sus preciosas viejas construcciones, sus casitas y apartamentos humildes cuyas puertas están abiertas y sin llave, donde los niños juegan en las calles sin que -en apariencia ningún adulto los mire-, donde sus adolescentes -vestidos igual que cualquiera de los nuestros- se comunican en dialecto local.
Éste es su barrio, su territorio, su orgullo. Este espacio es suyo; pero, acoge a todos.
Maravillosa reflexión cargada de matices históricos, sociales, políticos y humanos. Un gran ejemplo del impacto social y ciudadano, del poder de la unión, y del sentimiento de identidad y pertenencia. Mil gracias, Roberto, por compartir tus experiencias y reflexiones sobre este lugar tan mágico y único. Un abrazo fuerte.