El desarrollo territorial en 2021, reflexiones desde la experiencia

 

Desde tiempos antiguos los actores de un territorio particular se han planteado las mejores formas de colaboración entre individuos, familias, instituciones y empresas para mejorar la calidad de vida, la economía, la defensa, la cultura y la identidad de lo que consideran su territorio.

 

La clave de este concepto es la complejidad. El territorio y las interacciones entre sus actores son una mezcla en evolución constante entre uso de recursos naturales, sueños, intereses, culturas, mercados y defensa frente a las eventuales agresiones y/o competencia/ colaboración de otros territorios igualmente complejos.

 

El dominio del racionalismo a partir del siglo XVIII propuso teorías ordenadas y simples cuya máxima expresión fue la de “vocación de un territorio” muy acorde con el predominio absoluto del interés económico y las prácticas extractivas de recursos naturales en detrimento de todo aquello “que no se puede medir” y que puede distraer el interés económico principal. Todo aquello que “complicaba” debía ser eliminado: las prácticas y costumbres tradicionales, el uso colectivo del agua, pastos y bosques, las sub identidades, las solidaridades, los intercambios no monetarios, etc.

 

La máxima simplificación racionalista se expresa en: un solo territorio, un solo producto, una sola marca, una sola imagen.

 

Surgieron así territorios, cafeteros, mineros del carbón, productores de aceite de oliva, de caña de azúcar, de artesanías, de turismo de playa y de tantos otros. Producir una sola cosa para venderla bien y comprar todas aquellas cosas que no se producen competitivamente en el territorio. Buscar una marca territorial que agregase valor, “autenticidad” a ese (o varios productos/ servicios) emblemáticos, mirar la competencia desde técnicas de benchmarking. Crear grupos de presión política y económica lo suficientemente poderosos para gerenciar y defender sus intereses en ese Territorio particular.

 

La vocación de un territorio se determina principalmente por la dotación de recursos naturales y humanos disponibles, y la forma de maximizar sus ventas en los mercados. El marketing de ese territorio consiste en buscar darle una imagen única, una ventaja absoluta que dificulte la competencia con otros territorios de vocación similar.

 

La aceleración de la globalización en los últimos 30 años, la persistencia de los problemas estructurales, la pérdida de culturas e identidades, así como – más recientemente – la evidencia del estado de devastación ambiental del planeta, obligan a repensar los conceptos de desarrollo territorial y probablemente a abandonar el viejo enfoque simplista de vocación territorial.

 

Una mirada distinta al desarrollo territorial sugiere usar los numerosos conocimientos acumulados recientemente por la arqueología, la historia, las ciencias humanas y las nuevas tecnologías digitales para volver a entender los territorios en toda su complejidad, aceptando todo lo que podría “complicar las cosas”. El desarrollo territorial se hace multidisciplinario y sistémico.

 

Busca entender de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde los actores quieren ir; maximizando el conjunto de su stock de activos culturales, de recursos naturales, de conocimientos y generando interacciones fértiles e innovadoras al interior de cada segmento o si se prefiere clúster y de estos entre ellos.

La optimización no se busca con el producto/servicio “bandera” sino con una canasta de bienes, servicios e identidades que proponen a este territorio como único / especial / valioso y fuertemente cohesionado social y culturalmente. El territorio se propone como un aportante de valor diferenciado al conjunto de su sociedad nacional y al mundo.

 

Una reciente prioridad es cuantificar en detalle los recursos variados del territorio. Lo que podríamos llamar un análisis de stock. Pues el desarrollo territorial tiene como propósito principal de largo plazo el de aumentar su stock de riqueza (no sólo sus flujos). Aguas, bosques, biodiversidad, músicas, talentos, energía limpia, historia, tecnologías, empresas, calidad de la educación, constituyen un stock que cada año debe crecer a partir de su mejor manejo, de nuevas inversiones y una mejor interacción entre los actores. El stock es lo que heredarán las generaciones futuras es la prioridad absoluta del desarrollo territorial contemporáneo.

 

Las sociedades en cada territorio se organizan y gobiernan en función a diversos criterios. Uno de ellos es la categoría profesional o el clúster donde se comparten intereses comunes. La integración/ colaboración entre pares dentro de cada clúster es la que permite su desarrollo, la adopción de nuevas tecnologías, el acceso a mercados… El auto análisis cuidadoso de cada clúster de parte de sus miembros e “invitados” es crucial para optimizar los flujos de esta categoría; pero también para hacer un mejor uso de los recursos naturales, la energía y para aumentar el stock. Un clúster depredador será el “enemigo” del resto de la sociedad territorial. Un clúster creativo llamará a la colaboración de otros clústeres. Una interacción simbiótica entre grupos de categoría/ clústeres reducirá costos, aumentará flujos de información, creará innovaciones, reducirá tensiones y violencias, reforzará la identidad, pertenencia a un territorio común.

 

Si cada clúster puede ser entendido (desde una visión de producto único final) como una cadena de valor. Un análisis más riguroso invita a afrontar la complejidad y mirar cada actividad como un ecosistema (inicialmente económico, luego cultural/ relacional y también biótico). Toca a sus actores directos y a los implicados colaterales hacer este SU análisis sistémico. En cada uno de los clústeres mirando, por ejemplo:

i) su contribución al stock territorial

ii) las potencialidades de colaboración con otros clústeres y/ o actores específicos para mejorar sus tiempos, procesos, conflictos, aportes en externalidades positivas

iii) los “nudos” que bloquean sus iniciativas

iv) sus perspectivas frente a los cambios en los mercados, en los valores

v) su capacidad de atracción de nuevos talentos, recursos y/o de evitar la partida de sus jóvenes que no ven oportunidades para su desarrollo en “su tierra”

vi) su contribución al cambio climático y a los objetivos societales.

 

Con los progresos formidables en las comunicaciones, en nuevas tecnologías, el procesamiento de datos, la gobernanza colectiva del territorio se hace cada vez menos compleja, más transparente y más compartida.

 

El producto de una empresa, un empleado, un artesano ya no es exclusivamente sus ingresos. Es su contribución a la mejora continua en su actividad y a la colaboración en generación de externalidades que le retornan bajo diferentes formas. El todo desde una perspectiva de pertenencia a una sociedad, un territorio quizás incluso a una familia alargada, más amable, más compleja, pero cada día más más valiosa.

 

Roberto Haudry de Soucy, 

Co-fundador de Fundación Capital 

 

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